lunes, 8 de mayo de 2017

Otro cuento de la abuela




La cara de El Negrito, mi primo navegante, era un poema. Su sonrisa, más abierta que de costumbre.
Había recordado con detalles otra de esas tardes de cuentos y conversaciones con la abuela Dominga.
—Mis recuerdos aparecen y desaparecen como las olas, pero siempre están aquí —me dijo, mientras con el índice tocaba el lado izquierdo de su pecho: En el mar de mi corazón. Hace unos días, un colibrí apareció en el balcón de la casa, revoloteó sobre mi cabeza y, de pronto, fue cuando recordé estas palabras de la abuela:
Nadie me lo ha dicho, ni lo he leído en ningún libro, pero sé que esto ha sido así. Tan sencillo, tan humilde, como un trébol que crece en un trocito de tierra. Las ideas estuvieron primero en los juegos, los sueños y el corazón de los niños antes que en los inventos de los hombres. Un niño que, observó a un puerco espín huir y deslizarse por la pequeña ladera de una colina, inventó la rueda. Desde ahí, fue más fácil pasar a las carruchas, los carros, los carruajes y luego los autos. Otro niño, que detuvo su mirada en una ballena flotando en el mar, luego, en un tronco seco deslizándose por un río y los peces nadando llevó a los hombres a la idea de los barcos y los submarinos. El vuelo de los pájaros y de las flechas lanzadas sembró en otro muchacho la idea de los aviones. La evolución de los medios de transporte, como ven, pasó por el asombro, los sueños, las preguntas, las ideas y, luego, la creación. No es lo único que quería decir. Quería ponerlos en aviso sobre unos detalles que son de cuidado y me salen del corazón. La educación es vital, pero no es la vida. La vida, la mayoría de las veces, nos da respuestas que no son las que nos muestran las escuelas. Ya han de saber que no todos los adultos aceptan a los niños y, algunos, ni los escuchan. Hay que entender que ellos han sido educados para hacer sólo cosas de adultos. Para muchos, las palabras de los niños, sus preguntas y observaciones no merecen ser atendidas. Son cosas de niños. Algunos adultos se han olvidado, otros quizás lo quieren olvidar, que una vez fueron niños. Y los niños, siempre se asombran, se dejan sorprender, se asustan como todo ser que ve la vida por primera vez, que está descubriendo el mundo. Aunque no creo en la verdad del académico que aseveró que la lógica de los hombres del paleolítico es como la lógica de los niños, me imagino estas escenas. Unos hombres primitivos en una caverna. Una palmera frente a la cueva. Una tormenta en la noche. Y un rayo que incendió la palmera. Uno de los hombres huyó bajo la lluvia. Otro se ocultó en lo hondo de la cueva. Otro, admiró la belleza sin acercarse. Otro, sí se acercó e intentó tocar aquel fuego.  Al fin, otro esperó el día para pintar en su caverna al rayo que incendió la palmera.
El hermano mellizo de El Negrito, regordete, con cabellos rojizos y pecas, dijo:
—La Nena se parece a la palmera incendiada.
Todos se asombraron de la ocurrencia. Porque la hermana mayor era delgada, alta y con una abundante cabellera rojiza. La abuela, luego de un silencio no muy largo, preguntó:
            —¿Qué pasó con los hombres de la cueva cuando resonó el rayo e incendió la palmera?
Las respuestas no se hicieron esperar, todas resaltaron las diferencias de aquellos hombres.
—Como bien lo dicen ustedes, cada uno es como es: el que huye, el que se oculta, el que contempla, el que se arriesga y el artista. Les pregunto ahora: ¿Qué imaginan que pasó al amanecer, luego que pasó la tormenta?
Recuerdo qué fue lo que le respondí a la abuela— me contó El Negrito:
—Todos volvieron a reunirse, necesitaban estar juntos para salir de cacería y poder desayunar. Además, con el osado que se acercó al fuego, podían cocinar sus alimentos. Eran una comunidad unida.

—¡Tú, siempre tan ocurrente! —me dijo la abuela. Tendrías unos cuatro años y medio cuando descubriste el reflejo de la luna nueva y me llamaste para decirme: ¡Pobrecita la luna, se vino a bañar en el balde y se durmió!

Texto e ilustración: Armando Quintero Laplume. El texto pertenece a mi libro ABUELARIO

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