viernes, 5 de junio de 2020

La imposible historia de la joven gallina curiosa que se enamoró de la luna




Un granjero abrió la puerta del corral para que las gallinas salieran corriendo a estirar sus patas, picotear hierbas frescas, comer lombrices y tragar piedritas.
            Flanqueada por dos gallinas coloradas, la gallina joven oyó que hablaban de la luna.
—¿Y cómo es la luna? —preguntó.
—La abuela dijo que es como un enorme globo, algo blanquecino, que se infla poco a poco. Luego, se desinfla para volver a inflarse, una y otra vez —respondió la gallina que picoteaba a su lado izquierdo— Nunca la he visto. Me duermo antes de que aparezca.
—Es como un enorme huevo muy redondo que sube al cielo. Es algo tímida y, por eso, asoma su rostro de a poquito por las cortinas de la noche. Un nuevo ataque de timidez la hace esconderse. Casi siempre aparece por detrás de aquellos árboles —le dijo la otra.
—Además, es tan blanca como tú —aseveró una gallina bataraza que venía detrás.
Picada por la curiosidad, la gallina joven se ocultó entre un montón de ramas secas.
Había decidido que, cuando el granjero las llamara a dormir, no volvería al corral con las otras gallinas hasta no conocer a la luna.
Tranquila, cuando el granjero cerró la puerta del corral y entró a su casa a preparar su cena, la gallina salió de donde estaba y se sentó en el descampado a esperar.
Observó maravillada como oscurecía. Cómo su sombra se alargaba sobre el campo a medida que el sol se iba metiendo detrás de las colinas. Cómo las nubes y el sol se bañaban en aquel río grande del cielo teñido de diversos colores. Hasta se atontó de tanta belleza.
Y, a medida que iban saliendo las estrellas, pensó: “La noche es un enorme y oscuro nido cargado de huevitos luminosos”.
Pero la oscuridad se hizo mayor.
¡El cielo era enorme y ella tan pequeña en medio de aquel descampado! Se vio tal  como se vería cualquier pulga al lado del gran danés de la granja. Fue justo cuando se asomó la luna detrás de los árboles. La gallinita se asustó de verla tan grande y luminosa.
Y corrió de un lado para otro. Pero la luna parecía seguirla a todas partes.
Desesperada, vio que estaba cerca del pozo de agua de la granja. Se montó en su brocal para intentar ocultarse en el cubo.
Al mirar, se encontró con el reflejo de la luna que se veía en las aguas del pozo. Le pareció que era otra luna, que se estaba bañando y que quería salirse de allí.
—¡Clo-clo! ¡Clo-clo-clóoooo! —cacareó con gran escándalo—: ¡Una luna mojada!
Como si viera un espanto, voló lo más alto y lejos que una gallina puede hacerlo.
El vuelo culminó, de súbito, sobre el techo de zinc del gallinero.
Los ruidos se multiplicaron. Gallos y gallinas quedaron afónicos de cacarear. El gran danés y los cuatro perros de la granja ladraban sin parar, acercándose y alejándose del gallinero. El propio granjero, descalzo y en ropas menores, se asomó por la puerta con su escopeta. Hasta hubo gritos. Y se encendieron luces y linternas en algunas granjas vecinas.
En tanto, nuestra joven gallina se deslizó al suelo, aún temblorosa. Y quedó allí con sus ojos cerrados. Sabía que, aunque no la quisiera ver, la luna llena brillaba en lo alto.
Pasó un rato antes que todo se calmara, se apagaran las luces y volviera el silencio.
La gallina joven sintió un ala que la cubría, como cuando era una tierna pollita.
—Ya te acostumbrarás a ella. La luna llena es muy grande y asusta cuando aparece detrás de los árboles —le dijo la abuela gallina— Ahora, en el alto cielo, no es más grande que la cabeza de cualquiera de nosotras. Pero eso no es lo más importante de todo esto: has de saber que nadie podrá quitarte tu aventura: ¡recuérdala!
La gallinita abrió sus ojos para ver a la luna en el nido de la noche y la saludó:
—¡Qué haga usted un buen recorrido, amiga! Nos vamos a dormir con la abuela.

domingo, 31 de mayo de 2020





El Desánimo
Versión “personal y citadina” para narración oral sobre el cuento El Desgano de Julio César Castro (Juceca)




Al desánimo hay que quitárselo cuando está pequeño, porque si uno lo deja crecer se te adueña hasta del apartamento y, después, para echarlo se te hace imposible. Él se prende con todas sus fuerzas, como un montón de piojos en los cabellos de una niña de prescolar.
Para peor, es pegajoso y se te va metiendo por los rincones y, cuando quieres acordar te empaña los vidrios de las ventanas y no te deja que puedas ver hacia afuera.
A mi vecino de piso, el Sr. Memecio Fuenmayor Pulido, se le apareció el desánimo detrás de un árbol, cuando salió a pasear a su perro. Era una mañana de esas bien calurosas y, si algo tiene el desánimo, es que se lleva muy bien con el calor.
El desánimo miró directo a los ojos del Sr. Memecio, le brindó su mejor sonrisa, dio un saltito, se trepó al lomo del perro y se dejó llevar. Eso es lo que tiene todo desánimo, le gusta dejarse llevar.
El Sr. Memecio no le dio mucha importancia al asunto porque era un desánimo muy pequeñito, como quien dice un pichón de desánimo.
Cuando subió a su apartamento, como siempre hacía, dejó entrar al perro, luego entró él y, atrás, arrastrando los pies, el desánimo.
El Sr. Memecio, se sonrió ante el abuso del otro pero, ni le habló, ni lo  intentó siquiera.
Sintió que el desánimo estaba como aburrido y pensó que al no tener ninguna respuesta de su parte el otro, a lo mejor, se iría.
Pero el desánimo, como si un pie le pidiera permiso al otro, comenzó a recorrer todos los lugares del apartamento, como si los olfateara para quedarse por mucho tiempo.
Cuando quiso acordar y en un descuido, el desánimo se le sentó en la reposera del balcón donde él se ponía a leer luego de caminar.
Estuvo a punto de volarlo de un soplamocos, pero lo pensó un momento y se le fueron las ganas.
Otro de los peligros del desánimo es que es muy amoroso. Se te acerca a los pies, te lame los zapatos y te va trepando, silencioso, acariciante, medio pegajoso.
El Sr. Memecio lo estuvo por bajar de un manotón desde la mitad del recorrido, pero se quedó en el amague porque se le fueron las ganas.
Cuando quiso acordar, el desánimo lo estaba empujando hacia la cama. No era la hora para una siesta y menos para irse a dormir como en la noche pero, por no ponerse a discutir, se dejó arrastrar. Poquito a poco. Aunque, aún, no  tan desanimado.
Al otro día no se sentía capaz de levantarse y el desánimo le pintó todo el apartamento de gris, se lo forró con corcho para que no escuchara a los pájaros del amanecer, ni los sonidos del tránsito y, menos, las voces de la gente que pasa por la acera.
Además, le empañó los vidrios de las ventanas para que ni mirara para afuera y siguiera bien dormido, como un angelito.
Pero el desánimo también tuvo su momento de descuido.
Al Sr. Memecio se le aclaró por un instante la cabeza, se dio cuenta que tenía que luchar contra el desánimo.
Apenitas si le quedaba una pizca de voluntad, porque el resto se la había ido devorando el desánimo que cada día se ponía más gordo. Otra cosa que tiene el desánimo: es de fácil engorde. ¡Es tan goloso! Diga que el Sr. Memecio Fuenmayor Pulido, como digno representante de su familia, se prendió al pedacito de voluntad que le quedaba, salió afuera de su apartamento a los tumbos y bajó las escaleras, lo encandiló la luz del día. Agarró la tijera de podar, que le pidió prestada al conserje, y se puso a podar, con toda su furia, al árbol más grande de las áreas comunes que, de verdad, verdad, mucha falta le hacía.
A cada corte, pegaba un grito para darse coraje. Con tanto grito el desánimo se retorcía, se revolcaba, hasta quedar como una piltrafa, y comenzó a alejarse envuelto en sí mismo, rodando como un cachicamo, calle abajo, haciendo muecas de dolor y de rabia.
Después el Sr. Memecio les fue a avisar a todos los vecinos, para que se cuidaran de un desánimo que andaba rondando por la zona, para que no se les fuera a meter en el apartamento o en la casa. Y, de ser posible, que lo alejaran cuando aún era pequeño. Porque, aseguraba, si uno lo deja crecer se te adueña de todo y, después, para echarlo se te hace imposible, porque él es muy pegajoso, pone todo su cariño y se te prende con todas las fuerzas y te deja desganado hasta de vivir.