La cara de El Negrito, mi
primo navegante, era un poema. Su sonrisa, más abierta que de costumbre.
Había recordado con detalles
otra de esas tardes de cuentos y conversaciones con la abuela Dominga.
—Mis
recuerdos aparecen y desaparecen como las olas, pero siempre están aquí —me
dijo, mientras con el índice tocaba el lado izquierdo de su pecho: En el mar de
mi corazón. Hace unos días, un colibrí apareció en el balcón de la casa,
revoloteó sobre mi cabeza y, de pronto, fue cuando recordé estas palabras de la
abuela:
—Nadie
me lo ha dicho, ni lo he leído en ningún libro, pero sé que esto ha sido así.
Tan sencillo, tan humilde, como un trébol que crece en un trocito de tierra.
Las ideas estuvieron primero en los juegos, los sueños y el corazón de los
niños antes que en los inventos de los hombres. Un niño que, observó a un
puerco espín huir y deslizarse por la pequeña ladera de una colina, inventó la
rueda. Desde ahí, fue más fácil pasar a las carruchas, los carros, los carruajes
y luego los autos. Otro niño, que detuvo su mirada en una ballena flotando en
el mar, luego, en un tronco seco deslizándose por un río y los peces nadando llevó
a los hombres a la idea de los barcos y los submarinos. El vuelo de los pájaros
y de las flechas lanzadas sembró en otro muchacho la idea de los aviones. La
evolución de los medios de transporte, como ven, pasó por el asombro, los
sueños, las preguntas, las ideas y, luego, la creación. No es lo único que
quería decir. Quería ponerlos en aviso sobre unos detalles que son de cuidado y
me salen del corazón. La educación es vital, pero no es la vida. La vida, la
mayoría de las veces, nos da respuestas que no son las que nos muestran las
escuelas. Ya han de saber que no todos los adultos aceptan a los niños y,
algunos, ni los escuchan. Hay que entender que ellos han sido educados para
hacer sólo cosas de adultos. Para muchos, las palabras de los niños, sus
preguntas y observaciones no merecen ser atendidas. Son cosas de niños. Algunos
adultos se han olvidado, otros quizás lo quieren olvidar, que una vez fueron
niños. Y los niños, siempre se asombran, se dejan sorprender, se asustan como
todo ser que ve la vida por primera vez, que está descubriendo el mundo. Aunque
no creo en la verdad del académico que aseveró que la lógica de los hombres del
paleolítico es como la lógica de los niños, me imagino estas escenas. Unos
hombres primitivos en una caverna. Una palmera frente a la cueva. Una tormenta
en la noche. Y un rayo que incendió la palmera. Uno de los hombres huyó bajo la
lluvia. Otro se ocultó en lo hondo de la cueva. Otro, admiró la belleza sin
acercarse. Otro, sí se acercó e intentó tocar aquel fuego. Al fin, otro esperó el día para pintar en su
caverna al rayo que incendió la palmera.
El hermano mellizo de El
Negrito, regordete, con cabellos rojizos y pecas, dijo:
—La
Nena se parece a la palmera incendiada.
Todos
se asombraron de la ocurrencia. Porque la hermana mayor era delgada, alta y con
una abundante cabellera rojiza. La abuela, luego de un silencio
no muy largo, preguntó:
—¿Qué pasó con los hombres de la cueva
cuando resonó el rayo e incendió la palmera?
Las respuestas no se hicieron
esperar, todas resaltaron las diferencias de aquellos hombres.
—Como
bien lo dicen ustedes, cada uno es como es: el que huye, el que se oculta, el
que contempla, el que se arriesga y el artista. Les pregunto ahora:
¿Qué imaginan que pasó al amanecer, luego que pasó la tormenta?
Recuerdo
qué fue lo que le respondí a la abuela— me contó El Negrito:
—Todos
volvieron a reunirse, necesitaban estar juntos para salir de cacería y poder
desayunar. Además, con el osado que se acercó al fuego, podían cocinar sus
alimentos. Eran una comunidad unida.
—¡Tú,
siempre tan ocurrente! —me dijo la abuela. Tendrías unos cuatro años y medio
cuando descubriste el reflejo de la luna nueva y me llamaste para decirme: ¡Pobrecita
la luna, se vino a bañar en el balde y se durmió!
Texto e ilustración: Armando Quintero Laplume. El texto pertenece a mi libro ABUELARIO.
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