Las
risas de Dios
—¡Ay,
Padrecito! ¿Quién le ha dicho a usted que el Señor Dios es alguien tan serio
que no se ríe nunca? —preguntó de
pronto mi abuela al párroco que hablaba con otras señoras, a la salida de la
iglesia.
—¡Por
las barbas de Nuestro Señor! ¿Qué cosas dice, Señora Dominga? —exclamó el
mencionado. Y los colores se le subieron al rostro, mientras se iba apresurado
hacia la sacristía, persignándose y refunfuñando algo que parecía en latín y no
se le entendía.
Los
ojos de mi abuelita brillaban como los de un gato en la oscuridad.
En
sus labios se dibujaba una sonrisa parecida a la de La Gioconda.
Y,
pasito a pasito, salió de la iglesia como si nada hubiera pasado.
Desvelos
de verano
Dicen
que en las noches calurosas de verano la abuela se desvelaba y recorría los
pasillos del hotel.
O
se sentaba en el hermoso patio español con su fuente y azulejos traídos en
barco desde España.
En
otras ocasiones visitaba la caballeriza, para ver si era necesario arreglar
alguna rienda o montura. O, simplemente, para saludar al viejo Beralfiro.
Más
de una vez, cuentan los que de estas historias saben, que se le oía comentar:
—Es tanto el calor que, casi seguro,
la luna va a bajar a refrescarse en la fuente, en el aljibe o en cualquier
balde con agua.
Y uno imaginaba a la Dama de la
Noche bañándose en uno de ellos, asomando su piquito para respirar.
La muchachita del aljibe
En
otras ocasiones, era ella la que se asomaba al aljibe del patio español, y
luego contaba que había hablado con la muchachita que veía reflejada y que esta
le preguntó:
—¿Qué
esperas de la vida?
—Nada.
Sólo quiero vivir y resistir. Por eso sueño, siempre sueño.
Textos e ilustración: Armando Quintero Laplume
Textos e ilustración: Armando Quintero Laplume